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En los 70 Brel cantaba una balada llamada «Le plat pays». Era un hermoso canto de amor a una tierra suya, descrita con suaves palabras que sonaban a murmullo excusatorio por tanto afecto, música de cadencias humildes silenciosas es todavía. Tuve siempre por cierto que la música verdadera es silenciosa, sin que me importe cuan sonora sea la sinfonía o sutil la balada. La fotografía también es silenciosa, y mucho. Yo aspiro a que la mía lo sea.
En la desembocadura del Ebro, río potente de pulsión auricular, silencioso también, se extiende una tierra mínima, fruto del aluvión de aquel, construida capa a capa por la corriente fluvial, trabajada centímetro a centímetro por por el duro trabajo, extendida como una balsa amarrada a un litoral limitado por montañas: es «El Delta del Ebro». Estando en ella y fotografiando en silencio su silencio, me vino a la cabeza la canción de Brel y recordé su música que musité mientras recorría durante horas los caminos polvorientos, los arrozales anegados, los campos en barbecho y centrados todos mis sentidos sobre la vista inacabable de este «pla país» que sin serlo, sólo por habitarlo con mi cámara a cuestas, es el mío también.
Una estrofa de Brel explica mejor lo que no acierto a decir de aquellas horas.
Avec un ciel si bas qu’un canal s’est perdu
Avec un ciel si bas qu’il fait l’humilité
Avec un ciel si gris qu’un canal s’est pendu
Avec un ciel si gris qu’il faut lui pardonner
Avec le vent du nord qui vient s’écarteler
Avec le vent du nord écoutez-le craquer
Le plat pays qui est le mien